De nuevo la espada de Damocles

13 03 2012

Al leer sobre las posibles negociaciones políticas que parece se darán pronto entre el presidente de la República Daniel Ortega y el autodenominado líder político de la oposición Eduardo Montealegre, concluyo que la historia política de nuestro país vuelve a repetirse en una forma inédita, el paisaje es idéntico y los personajes son distintos, o al menos uno de ellos.

El hecho político pretérito más cercano que se está reeditando en estos momentos con las nuevas negociaciones políticas fue el muy criticado pacto entre Daniel Ortega y Arnoldo Alemán. Sobre la cabeza del líder liberal pendió la espada de Damocles, quien inseguro de perder su posición de poder también sintió el daño imprevisible de ser encarcelado en el gobierno de Enrique Bolaños y transferido de una cárcel a otra y a su casa de habitación en El Chile y luego dejado con libre movilidad en el Departamento de Managua y después en todo el país, hasta que fue liberado.

Hoy se repite de nuevo esa historia política, al pender sobre la cabeza de Eduardo Montealegre la espada de Damocles por estar acusado penalmente por la Fiscalía General de la República de haber golpeado el bolsillo de los nicaragüenses en un monto de 23.4 millones de dólares con su reingeniería financiera en la reestructuración de los CENIs/INTERBANK y CENIs/BANIC  en el segundo semestre de 2003 y por no haber protegido el acervo de la nación nicaragüenses en las famosas subastas de los activos de los bancos liquidados que se realizaron en el Banco Central de Nicaragua entre mayo y agosto de 2003, las que un Contralor de la República llamara como “un caso que chorrea sangre”.

Como nicaragüense primero y como economista después señalo que un diálogo entre dos personas no conducirán a nada positivo para el país. Se necesita un gran consenso político-económico-social entre las autoridades gubernamentales, todos los partidos políticos, representados o no en la Asamblea Nacional, así como las principales organizaciones de la sociedad civil, entre ellas destaco las iglesias y las instituciones defensoras de los derechos humanos.

Me ha sorprendido bastante que el jefe de la Bancada del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en la Asamblea Nacional haya dicho públicamente que el interlocutor de su partido en estas nuevas negociaciones políticas es el “líder” de la oposición Eduardo Montealegre. Sólo en nuestro país, una persona que es buscada por la justicia por sus acciones reñidas con nuestra ley, se le llama líder y, si yo aceptara ese sustantivo para una persona que se ha burlado de la ley escudado en la inmunidad que le confirió su cargo de diputado constitucional y que ahora le confiere su cargo de primer diputado nacional electo de la Alianza PLI, le agregaría el de la impunidad, el líder de la impunidad en la Asamblea Nacional de Nicaragua.

La ética ha desaparecido en la política nicaragüense, porque es muy vergonzoso que un diputado del FSLN llame a Eduardo Montealegre líder de la oposición, pero realmente podría serle demasiado útil al FSLN en la tarea de democratizar, al menos, las acciones legislativas. ¿Por qué? Ya he observado la preocupación ciudadana de que la Bancada Democrática Nicaragüense (BDN) se opone casi a todo lo propuesto por la mayoría calificada de la Asamblea Nacional, pero aprueba todo y a veces unánimemente. Es un papel tragicómico para el supuesto fortalecimiento de la democracia, por lo cual es fácil deducir que la frágil crin de caballo de la cual pende la pesada espada de Damocles podría romperse y ver al diputado, que en la actualidad goza de la impunidad política, sentado en el banquillo de los acusados en un juzgado penal respondiendo a las acusaciones que le hizo la Fiscalía General de la República.

No se puede dejar en manos de un presunto delincuente, que se autodenomina líder de la oposición, la búsqueda de la solución de los problemas políticos nacionales con la alianza política que está en el poder, y por eso deben pronunciarse los partidos políticos porque tienen la capacidad para hacerlo.

A la ciudadanía no nos oyen las autoridades nacionales cuando presentamos esta clase de reclamos, y esto lo digo con la experiencia en mi demanda a ese diputado por sus graves calumnias e injurias que él escribió en el Diario La Prensa el 31 de julio de 2008. Dicho sea de paso, espero que la nueva bancada mayoritaria de la Asamblea Nacional honre los derechos humanos y me dé pronto el acceso a la justicia que me negó el ex Primer Secretario de la Junta Directiva de la Asamblea Nacional, Wilfredo Navarro Moreira, para que el diputado Eduardo Montealegre se retracte tal como lo manda la ley y compense todos los daños morales y económicos que ha provocado a lo largo de 3 años y 7 meses.

Debemos evitar, como dijera recientemente un notable nicaragüense, que la historia política de Nicaragua sea como una bicicleta estática, como uno de esas que sirven para hacer ejercicio físico, que no avanzan porque la rueda delantera sólo gira sin avanzar, y la fotografía del presente (la parte delantera de la rueda) es igual a la del pasado (la parte trasera de la rueda), pero los actores son distintos. Y en el caso que abordo hoy, sólo uno de los actores pretende ser diferente en nuestra historia contemporánea.

Y reitero que pretende porque el diputado acusado y querellado cree que la solución debe ser entre dos y no entre todos. El problema de Nicaragua no es singular, no es raro o extraño, porque siempre dos personas han querido resolverlo sin lograrlo, arrogándose el derecho de representar a todos los nicaragüenses a sabiendas que casi el 46% de la población se abstuvo de votar en las elecciones presidenciales de noviembre de 2011.

Ojalá que la razón se imponga y que nicaragüenses dignos puedan sentarse alrededor de la Mesa de Concertación Política-Económico-Social para alcanzar esa tan ansiada Visión de Nación que busca nuestra población.

No hay peor ciego que el que no quiere ver ni peor sordo que el que no quiere oír, dice el adagio popular, y no debemos olvidar que las personas soberbias no ven ni oyen, porque ese pecado capital las vuelve ciegas y sordas y, a veces, como lo he comprobado, palidecen y se vuelven mudas. De remate, no entienden lo que escriben ni comprenden lo que hablan.


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