Cualquier dato económico pronosticado para Nicaragua en 2020, en medio de la pandemia mundial del COVID-19, es sólo una aproximación sustentada en premisas y riesgos, tanto externos como internos, que sean realistas y, por consiguiente, válidos. Después viene el cálculo, la corrección y, de nuevo, el cálculo y la corrección, con base en modelos que tienen componentes simples, es decir, matemáticos, y complejos, o sea, econométricos.
En esta evaluación precaria, los economistas no disponemos de la evidencia histórica de casos similares al de hoy y, peor aún, las cifras de la economía nacional son preliminares desde 2016 y son muy escasas las de 2019. Lo que sí es muy real es que las expectativas de los agentes económicos, consumidores, productores, gobierno y comunidad internacional, jugarán un papel crucial en el desenlace económico de este año.
El Banco Central de Nicaragua (BCN) ha guardado silencio frente a los posibles efectos de la violenta recesión económica mundial, muy distinta a las otras de la historia económica moderna, lo cual se puede ejemplificar con la destrucción repentina de 26.4 millones de puestos de trabajo en Estados Unidos, principal socio comercial del país, en el lapso de las últimas cinco semanas. Esto provocará un frenazo en la actividad económica de Nicaragua de este año, que antes de la aparición del COVID-19 era estimada por el BCN con una escuálida tasa de crecimiento de 0.5%.
Aunque no ha existido una cuarentena obligatoria en el país, desconocemos cuán profundo ha sido el distanciamiento social emprendido por empresarios y trabajadores, que está golpeando duramente a las actividades de comercio, hoteles, restaurantes, minería y construcción de viviendas y edificaciones. Sin embargo, estimo que la tasa de caída promedia trimestral de la producción de bienes y servicios de Nicaragua en 2020 se aproximará, con nuestra observación empírica de hoy, a 1.39%.
De algo estamos seguros: en este año habrá una caída generalizada en todas las actividades de producción de bienes y servicios del país, probablemente excepto en la actividad de la salud, productos alimenticios y de higiene personal y del hogar, y comunicaciones. Otra discusión para 2021, siempre que el coronavirus sea frenado, será si la recuperación económica tendrá una forma acelerada V, o una lenta y compleja U, o una fastidiosa L o una muy rara W.
No debemos olvidar que para que el país produzca más necesita importar más bienes y servicios, pero en estos momentos es más difícil el acceso al dólar por las estrepitosas caídas de las remesas, la inversión extranjera directa y el turismo extranjero, y también por las sanciones financieras internacionales. A pesar de la crisis, tenemos la fortuna de no perder más reservas internacionales por la menor factura de petróleo y sus derivados, dada la caída de su precio internacional por el desplome de la demanda de hidrocarburos que es provocada por la recesión económica mundial.
El mercado laboral nicaragüense ya está resintiendo los golpes del COVID-19, principalmente en microempresas y pequeñas y medianas empresas que pertenecen al sector servicios. Con la caída del PIB anual de 5.4% pronosticada por COPADES para 2020, el empleo continuará deprimido y el desempleo será mayor especialmente en el sector informal, que aglutinará un mayor porcentaje de ocupados que no laborará las ocho horas diarias que ordena el código laboral. Hay pérdida de empleo formal frente al shock de oferta que generó el COVID-19. Al sumar los números de desempleo abierto y desempleo equivalente relacionado con el subempleo, prevemos que 198 mil personas ingresarán en este año al ejército de desempleados, lo que totalizaría 1 millón 274 mil personas que no generan ingresos en el país.
Y en cuanto a la inflación, no se acelerará por la drástica caída de la producción y de las importaciones, el menor gasto de consumo e inversión del sector privado, el menor volumen de exportaciones, la menor tasa de inflación importada y la baja tasa de deslizamiento anual de 3% del tipo de cambio oficial, aunque la caída del precio del petróleo no se ha hecho sentir en los precios de los combustibles y de la energía eléctrica. Además, el gobierno ha mantenido un control eficiente de la emisión de dinero, que se observa con la política monetaria restrictiva imperante desde hace varios años.
En vez de inflación, podría haber deflación. Las expectativas inflacionarias y salariales se reducen y se enfrían en una economía tremendamente golpeada por un gran de shock de oferta, pero los costos de producción se han elevado por las altas tasas tributarias, que restan liquidez a los agentes económicos, y por las altas tasas de interés, que han hecho más difícil el acceso al crédito, aunque se reconoce el gesto reciente del BCN de proveer reportos o líneas de crédito de corto plazo a la banca comercial en córdobas sin mantenimiento de valor, otra señal que parece estar encaminada al proceso de desdolarización de la economía.
Sin embargo, cuando se dé la recuperación económica, cuando los economistas propongan las sugerencias para resolver el shock de demanda una vez frenada la expansión del coronavirus, se podrá observar una mayor laxitud monetaria y una expansión del déficit fiscal, y se aceleraría la tasa de inflación. Será necesaria la reactivación de la demanda interna, o sea, el consumo y la inversión, que estará muy contraída en ese momento futuro aún incierto, que exigirá reabrir o recrear empresas que hayan desparecido durante el shock de oferta, y todo esto también exigirá prudencia al BCN en la implementación de un proceso de normalización monetaria.
Con el desconocimiento de la presión inflacionaria acumulada en el primer trimestre de 2020, que seguramente ya fue estimada por el BCN, pronosticamos una tasa de deflación anual de 1.91%; en otras palabras, el nivel de los precios al consumidor tendería a disminuir 1.91% en este año. No se observan condiciones objetivas que hagan subir los precios al consumidor. Se observa un estricto control de la oferta de dinero que impide la ampliación de la brecha promedio actual de 0.63% entre el tipo de cambio de venta del dólar en las ventanillas del sistema bancario con respecto al tipo de cambio oficial, la reducción de 73% del precio del barril de crudo WTI en el primer cuatrimestre del año en curso y el no muy elevado coeficiente de inflación inercial de 0.54 que representa las expectativas inflacionarias de los agentes económicos.
Nicaragua, en esta crisis, aún no tiene graves problemas del saldo y del servicio de la deuda pública externa. El saldo de la cuenta corriente de la balanza de pagos ha sido superavitario en estas condiciones extraordinarias, explicado por el desplome de las importaciones en 2018 y 2019, pero en 2020 tiende a ser igual a casi el 0% del producto interno bruto (PIB), porque la nueva caída de las importaciones estará acompañada de una fuerte caída de las remesas.
Así, no habrá necesidad de buscar un gran endeudamiento neto del saldo de la cuenta corriente y de la cuenta de capital de la balanza de pagos, pero se requiere el apoyo financiero, por supuesto con recursos externos, para el gasto corriente y el gasto de capital del presupuesto nacional necesario para frenar la propagación del coronavirus y, además, mantener una adecuada posición de las reservas internacionales administradas por el BCN que asegure la estabilidad del tipo de cambio y del índice de precios al consumidor.
La proporción del saldo de la deuda pública externa con respecto al PIB salta de 48.8% en 2019 a 58.3% en 2020, no por una mayor contratación de préstamos externos sino por la caída del PIB durante tres años consecutivos, de 2018 a 2020, mientras que el pago de los intereses y amortizaciones a los acreedores externos del sector público pasa, en porcentajes del valor de las exportaciones y el valor neto de la maquila, de 12.1% en 2019 a 12.3% en 2020.
Esos parámetros indican que Nicaragua está exponiéndose al riesgo de ser un país muy endeudado en términos de producción, al superar su deuda pública externa el límite tolerable de 50% del PIB, límite establecido cuando el país recibió la condonación de su deuda pública externa con la Iniciativa para Países Pobres Muy Endeudados (PPME o HIPC por sus siglas en inglés) y, por otro lado, el pago de dicha deuda, aún no es un factor de preocupación para los inversionistas extranjeros, porque está cercano al límite también tolerable del 10% de la valor de las exportaciones.
En otra ocasión, volveremos a presentarles los continuos cálculos y correcciones del pronóstico económico de Nicaragua.